martes, noviembre 21, 2006

Revuelta

Calla, dile que me hable
que me mire, que me acuerde
grita que me escuche, llora que me llore
Basta que le digas, sólo dile algo
o no le digas nada, basta con que venga
Ruega que me piense, piensa que me ruegue
o que por mi ruegue, sólo que recuerde
Trata que se acerque, sólo de unos pasos
yo sólo unos metros, ella sólo un abismo
Pide lo que quieres y pídeselo a ella
implórale que calle, sólo quiero verla
cállale que hable, también quiero oírla
óyela que sonría, sonríele un guiño
guíñale un silencio, silénciale las palabras
apalábrale un beso, bésale un gemido
gímele que te oiga, bésala una vez más
Guarda cada tropiezo, tropiézale la inocencia
húyele a su destino, destínale unos versos
versa cada segundo, vérsalo para ella
o si no quieres hacerlo, hazlo sólo por ella
prósale un silencio, el mismo que le guiñaste
Guíñale una vez más, pero que esta vez ella también guiñe
silénciala una vez más, y deja que te bese
óyela como gime, gímele una sonrisa
Cuenta cada minuto, versa cada segundo
prosa cada silencio, alarga cada palabra
Olvida cada palabra, y borra todos los versos
silencia todas las prosas y ahoga cada gemido
guarda cada sonido y no le digas nada
basta con que venga, sólo con que me silencie.

jueves, noviembre 09, 2006

El misterio más grande de todos (o de dioses, mujeres y otras yerbas)

Ay Dios mío, Dios mío
si hasta siempre y desde siempre
fueras una mujer
qué lindo escándalo sería,
qué venturosa, espléndida,
imposible, prodigiosa blasfemia.

Mario Benedetti

Dios. Misterio grande si los hubo y si los hay. Cuatro letras. Duda, fe, pasión, incertidumbre, temor, reverencia, adoración, odio, despecho, desidia, amor; todo esto y más cabe en esa palabrita prodigiosa.

Pero si alguno se atreviera a afirmar, que allí reside el más grande de todos esos misterios que nos han desvelado desde tiempos inmemoriales, yo podría osar a gritar que no, que no es así, que a nosotros, los que tenemos una costilla menos que ellas, nos atormenta otro secreto, más hondo, más profundo, más inexpugnable, ese breve susurro que resuena en nuestros oídos, una palabra, dos sílabas, cinco letras, una al lado de la otra, conformando el nombre que damos a ese ser a la vez eterno y efímero, celestial y terreno, dulce y endiabladamente amargo, esa criatura, tal vez imaginaria, que llamamos mujer.

Dios pierde terreno pues, frente a su rival. Ella le arrebata la potestad de nuestras noches en vela, de las plegarias mirando al cielo, de las lágrimas de madrugada, de todo el desconcierto del género masculino. Nos pasamos la vida tratando de entender a estos seres, y enloquecemos porque nos resulta imposible, y más difícil se torna y más rendidos a sus ansias y cuando creemos que estamos a un paso de la verdad, viene el mar y se lleva nuestro pequeño y efímero castillito de arena. Y Dios, como cualquier otra deidad, porque no va a ser ni más ni menos, siente celos... Su propia criatura, la que formó con aquella costilla que nos falta a nosotros, le roba el auditorio, a sus fieles, lo desplaza del centro del escenario.

Se oyen truenos allá arriba. Dios golpea furioso contra la mesa, casi impotente. El asunto se desmadra, se le va yendo de las manos. Hay que tomar cartas en el asunto. Ya nadie lo pinta en toda su gloria y esplendor, ya no inmortalizan su nombre en un puñado de versos, los trovadores ya no le cantan, sino que en sus acordes, resuenan lejanos los ecos de sus voces. Las de ellas, claro está.

Dios se dispone a recuperar lo que es suyo por naturaleza..., divina. Prueba con maquillaje, cambia el vestuario, canta tangos. Manda a construir una cancha de fútbol en sus dominios, donde todos los domingos se enfrenta el equipo de los santos contra el de los arrepentidos. Organiza conciertos de rock los terceros viernes de cada mes. Se pone una guardería. En fin, hay que volver a ganar el terreno perdido.

Pero nada. El plan de Dios es un estrepitoso fracaso.
Una tarde, ya abatido, mientras se toma un mate ya lavado que le ceba un querubín y se hamaca suavemente en el sillón que le dejó su abuelo, encuentra en un viejo libro de poesía un poema de Benedetti. Y se le aclara el panorama.

“Si Dios fuera una mujer”, dice el uruguayo que se pregunta Gelman; y Dios asiente con él. “Mirta, prendé el calefón que tengo que salir”, grita entusiasmado. Y esa noche, de minifalda y tacos, baja el señor a la Tierra, para torcer el curso de los acontecimientos, que se han doblado para mal, que lo tiró.

Y tan mal parece que no le fue, comentan unos que se juntan todas las tardes de domingo a ver el partido de la cancha del Cielo, que pasan por el codificado. Ella ya no quiere volver a ser hombre, se quejan los ángeles; está contenta con su nuevo estado. Recibe cartas de sus admiradores, los poetas declaman de nuevo en su honor y los músicos ya no componen sino para ella. Y de vez en cuando, más de uno se da vuelta en la calle para verla pasar.

Algunas cosas siguen igual y algunas otras se complicaron. Se comenta en el billar que puso un tal Judas con unas moneditas que juntó, que tres o cuatro días al mes Dios se pone imposible. Se siente mal, le duele la cabeza y se pone de mal humor. Por las dudas, los ángeles miran para otro lado y silban bajito.

Dios es más dulce ahora. Bah, eso dicen. Quizás escucha un poco menos, pero se emociona más fácil. Y cada vez se aparece menos por la cancha los domingos. Si se encapricha con algo, es difícil sacárselo de la cabeza, y con tal de no escucharla protestar, todos le dan el gusto y hacen lo que pide. Las menos de las veces, por supuesto, porque casi siempre la complacen por placer, sólo por verla sonreir.

¿Celos? Si, siempre. El doble los sábados a la noche. La competencia es dura y no hay que dejarse estar. Dios se suscribió a Cosmopolitan y organiza ferias americanas. Y si se viste de largo y con escote, levanta suspiros...

Dicen que el paraíso está más lindo este último tiempo. Todos cantan y bailan, y hasta los ángeles se arreglan cuando salen a pasear. Por acá abajo, tampoco nos podemos quejar. Los hombres se van chocando por la calle por andar mirando para arriba. Y en las parroquias de barrio hay misa a toda hora. Y piensan abrir más sucursales.

El tiempo sigue tan loco como siempre, pero ya sabemos por qué. Todo es mucho más impredecible, y la verdad que no sabemos con qué locura nos va a venir a cada rato. Pero la calle está..., qué se yo, tiene un sabor distinto... Cada día descubrimos nuevos colores; en el aire, en el río o en el cielo. Las campanadas no suenan cada hora, sino cuando quieren. Y en una de esas, uno suspira un “por dios”, cierra los ojos, y sueña.

lunes, noviembre 06, 2006

Instrucciones para abrir una puerta

Reza un viejo lugar común que “no hay nada nuevo bajo el sol”.
He oído decir por ahí también que en el arte, como en la vida, ya está todo inventado, por lo que debemos contentarnos con reinventar lo ya hecho.
No se si es tan así, pero a veces siento que todo lo que puedo crear, ya alguien lo hizo antes, y seguramente mejor.
No es una cuestión de autoestima, o falsa modestia. Es que no me refiero a “alguien” cualquiera, sino a algún “Alguien”.
Cada vez que termino de escribir algo, me empieza a subir la sospecha de que seguramente eso ya está escrito. No así, no con estas palabras, no con este envase, ni con los mismos arreglos florales.
Algunas veces, me he descubierto plagiando a tipos que en mi vida he leído. En otras ocasiones, he escrito cosas similares a otras cosas que no leí de tipos que sí he leído alguna vez. Valga la redundancia.
Conclusión: no la hay.
Aun así, no queda más que seguir arrastrándose de este “modo obvio/irónico/terrestre/ rutinario/tristón/desangelado” que, por cierto, se parece demasiado a una copia poco fiel del modo de otro tipo.
¿A qué venía tanto rodeo? Ah si! A blanquear los plagios infieles en que puede incurrir un servidor. Plagios como el que sigue. Gracias Julio, por haber escrito todo lo que jamás podré yo, y también por alguna cosa que seguramente algún día escriba, sabiendo que ya se hizo antes, y mejor.

Ahora sí, las instrucciones (que bien podría haber dejado afuera Julio de su Manual por intrascendentes)...

Instrucciones para abrir una puerta

Antes que nada, usted debe convencerse de que realmente quiere abrir esa puerta. Nunca se sabe lo que nos depara la vida detrás de cada puerta que encontramos frente a nosotros. Puede esperarnos la felicidad y el éxito, el fracaso, alguna desilusión, o simplemente algo completamente intrascendente que no cambiará en nada nuestras vidas. Pero siempre de este lado de la puerta está la incertidumbre.
Hay muchas puertas y muchos tipos. Está la de nuestro dormitorio, por ejemplo, que abriremos si queremos ver la tele o tirarnos a descansar en la cama. También podemos mencionar la puerta que abre nuestra heladera. En este caso, el motivo es más bien fisiológico; tenemos hambre, abrimos la heladera y comemos algo.
Las hay opacas, es decir, que no permiten ver que hay detrás de ellas; de vidrio, en cuyo caso quizás si podamos ver qué hay, pero seguramente esa imagen nos engañe. Es un ejercicio útil en estos tiempos desconfiar de lo que se nos presenta frente a nuestros ojos, y más si estamos hablando de algo que vemos a través de una puerta.
Hay un caso bastante particular que vale la pena mencionar, hablando de tipos de puertas y sus determinados usos: la puerta de calle de nuestra casa, que nos comunica con el mundo. Es quizás una de las puertas que nos provoca mayor incertidumbre, ya que nunca sabemos lo que tiene el mundo para ofrecernos cada día. Podemos abrir la puerta y encontrarnos con que una manifestación corta la calle en que vivimos y nos impide la salida. Puede ocurrir que en el preciso instante en que nos disponemos a salir, se desate una lluvia torrencial, con granizo incluido, o encontrarnos con esa vecina odiosa que siempre se queja por el volumen al que escuchamos la música, situación incómoda si las hay. Imaginen si un día, luego de una gran tormenta, con tornados y todo, abrimos la puerta, y nos encontramos con un mundo completamente desconocido, y un camino de lozas amarillas, lejos de casa. Sería un verdadero dolor de cabeza. O quizás una bella sorpresa después de todo...
Muchos, frente a esta problemática, y paralizados de temor, optan por quedarse en casa, no salir jamás, y pedir comida por teléfono. Así que siempre es una osadía, un acto de increíble valentía, y hasta de heroísmo, traspasar ese umbral. Esto tampoco nos otorga el derecho de sentirnos héroes a quienes lo hacemos día a día, inconscientemente, por inercia o de manera automática, sin detenernos a pensar en las implicancias de nuestra acción. Pero es realmente válido, y digno de respeto, el hecho de saber a lo que uno se arriesga traspasando esa puerta y hacerlo igual.
Recomendamos entonces: antes de abrir la puerta, siéntese en el piso del zaguán a meditar unos momentos sobre este asunto. Si toma la decisión de abrir la puerta, introduzca la llave en la cerradura y hágala girar. Si no cuenta con la llave, sepa que se encuentra frente a un problema. Deberá buscar la llave hasta encontrarla. En caso contrario, deberá conformarse con quedarse del lado de adentro. Si esta opción no lo satisface, pruebe con las siguientes: a)golpee la puerta hasta que se abra, patéela si es necesario; b)háblele suavemente para hacerla entrar en razones; c)dinamite la puerta y hágala saltar en mil pedazos; d)llame al cerrajero; e)vuelva a optar por quedarse dentro. Una recomendación previa: antes de tomar medidas tan drásticas como las mencionadas anteriormente, compruebe que la puerta no esté sin llave. En este caso, simplemente gire el picaporte y respire el aire de la libertad.