viernes, marzo 24, 2006

Más de cien palabras, más de cien motivos para gritar Nunca Más!

Por los 30 años que muchos no van a cumplir. Por las 30.000 voces que pretendieron silenciar. Por los 30.000 hijos, padres, madres, hermanos, hermanas, tíos, docentes, amigos que nos arrebataron. Por los sueños que se fueron con ellos. Por la libertad que nos coartaron. Por las ilusiones que se rompieron como cristal, cuando sonaron los disparos de nieve, el rugido de los cañones, cuando sonó la hora de los falsos profetas.
Por la cobardía con que actuaron los garantes del orden. Por la frialdad con que calcularon cada uno de sus actos atroces. Por la impunidad de la que siguen gozando hoy en día. Por los gritos en la ESMA. Por los llantos en el Olimpo, en el Vesubio, en el Club Atlético, en La Perla, en El Banco, en el Pozo de Bánfield. Por la sangre en tantos otros lados. Por los que se quebraron, y hablaron. Por los que resistieron, y callaron. Por los que no tenían nada que callar, o nada que decir. Por los que no llegaron a abrir la boca. Por los que lloraron, por los que se mearon, por los que se cagaron. Por los que se besaron, se abrazaron o estrecharon sus manos. Por los que vieron la luz, -escalofriante paradoja- en medio de tanta oscuridad. Por la lucha trunca por un mundo distinto. Por las ideas, que no se matan.
Por el otro genocidio, el silencioso, el que pusieron en el plazo fijo, ese que sigue dando intereses. El genocidio de todos los días, el que mata de hambre, el que mata de frío. El que derriba escuelas, el que siembra analfabetos, el que alambra la tierra que no le pertenece. Por ese proyecto macabro de un país para unos pocos.
Por el engaño, la mentira, el ocultamiento. Por la censura. Por el comunicado número 1 y por el último de todos. Por los que golpearon las puertas de los cuarteles. Por los que aplaudieron aquel 24 de marzo nefasto. Por los que hicieron oídos sordos. Por lo que dijeron, tergiversaron u omitieron los medios. Por esos mismos medios que hoy ponen al aire documentales y sacan suplementos especiales, y que al día siguiente, en sus portadas, recibían con esperanza la nueva etapa de la historia de la Nación. Por los curas que confesaban a las bestias, que les daban la comunión. Por esa iglesia cómplice, que callaba y asentía. Por los médicos que tomaban el pulso, y daban el OK para seguir con la tortura. Por los ideólogos que operaron desde las sombras, y que querían un país en penumbras, sin discusión, sin luchas, sin entendimiento, sin solidaridad. Por esos mismos ideólogos que, en versiones remozadas, hace años que venimos viendo en las pantallas de televisión. Por la mierda que sigue al sol, y sigue dando olor.
Por los goles que taparon los gritos. Por la inocencia, maldita inocencia de Kempes, Luque y cia. Por los papelitos de Clemente. Por mi viejo, que corrió en Ezeiza, y que el otro día me confesó: “cómo me comí la del Mundial”. Por los pibes de Malvinas, por los designios de un loco borracho, por los que llenaron la Plaza agitando las banderitas. Por la falacia del “estamos ganando”.
Por las verdades que nos robaron. Por las palabras que podrían haberse dicho y nunca se dirán. Por Haroldo Conti y Héctor G. Oesterheld. Por Rodolfo Walsh, ejemplo de dignidad, de coherencia y de lucha para todos aquellos que buscamos hacer de la palabra y la verdad, nuestras armas para construir un futuro más justo; al fin y al cabo, noble ejemplo para todos los argentinos. Por las monjas francesas, por los padres palotinos, por monseñor Enrique Angelelli, que luchó por un Cristo con los pies en la tierra que pisan los hombres.
Por las madres (y los padres) que perdieron a sus hijos, por las abuelas que perdieron a sus nietos, por los hijos que perdieron a sus padres, y perdieron su identidad. Por aquellos que la recuperaron, y por las abuelas que los recuperaron. Por Azucena Villaflor, Mary Ponce y Esther Balestrino, que se fueron con ellos. Por todos aquellos que siguen esperando.
Por los que mataron antes los secuaces del brujo. Por las patotas que acribillaban a plena luz del día. Por Carlos Mujica. Por los fusilados de José León Suarez, los de Trelew, los del Ingenio Ledesma. Por las bombas que cayeron sobre las cabezas inocentes en la Plaza de Mayo. Por los que mataron en cada punto del país.
Por los que cayeron del otro lado de la cordillera, bajo el mismo fuego. Por la vida segada en La Moneda, por el poeta al que le cortaron las manos. Por los que cayeron del otro lado del río, y todos los que regaron con su sangre nuestra América Latina, morena y hermosa, herida de muerte y, aún así, estoica y con la frente en alto.
Por la infame obediencia debida, por el imposible punto final. Por el indulto que digitó un nefasto presidente, perdón que no compartimos, no avalamos, ni va a existir jamás. Por los muertos de la democracia, los de la corrupción, los de la impunidad. Por José Luis Cabezas, por los del 19 y 20 de diciembre de 2001, los de Mosconi, Tartagal, Cutral-Co. Por Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. Por tantos y tantos.
Por los genocidas y torturadores que nos siguieron gobernando. Por los Bussi, los Juárez, los Patti. Por una deuda externa ilegítima, que creció desmesuradamente con la dictadura, sólo para abultar los bolsillos de unos pocos, y que se paga a costa del pueblo. Por los empresarios que se enriquecieron negociando con los represores, los mismos empresarios que conforman hoy la “industria nacional”, y que salen en la Caras y en la Gente. Por una gran parte de la sociedad que sigue mirándose el ombligo.
Por la noche más larga de nuestra corta historia. Por los que no la vivimos, pero la sentimos acá dentro. Por lo que duele y lo que ahoga. Por esta lágrima que rueda por mi mejilla. Por un país que quisieron poner de rodillas, pero que se levanta. Por mis sueños, tus sueños, nuestros sueños. Sueños que quisieron borrar de un plumazo, arrojándolos al río en bolsas de harpillera. Sueño de una patria para todos. Sin miedo, sin hambre, sin desocupados, sin explotación, sin marginación. Con escuelas que abren sus puertas, con pizarrones que enseñan que la memoria es la garantía que tienen los pueblos para que la historia no se repita. Con plazas y parques sin alambrados, con chicos que jueguen y corran libremente. Con una Universidad del Pueblo, no para unos pocos, donde se piense, se discuta, se cuestione, se planee, se construya. Un país que se apasione tanto por su realidad y por aquellos que la pasan mal, como por el mundial.
Por los que faltan, pero viven en nosotros. Por las manos que se siguen estrechando. Por los que nacen cada día. Por ese amor que “es tenaz y vuelve a salir como el sol”. Por los que todavía cantamos. Por los que todavía siguen. Por una plaza colmada con los puños en alto, gritando y deseando que no se repita. Por la sonrisa de los pibes, por la serenidad de los viejos. Por las banderas que flamean bien alto. Por un pueblo unido, desde Ushuaia a La Quiaca. Por la justicia, por la memoria, por el pasado y por el futuro. Por la realidad... hecha sueño.
Por todo esto, y por mucho más, grito Nunca Más, gritamos Nunca Más.
Señores. Nunca Más.

Gonzalo Besteiro
24 de Marzo de 2006


“El pasado es siempre una morada, y no hay olvido capaz de demolerla”
Mario Benedetti

martes, marzo 21, 2006

Bienvenida (A modo de despropósito introductorio)

No hace falta agregar demasiado. Los improbables motivos que me llevaron a crear este espacio, este dichoso "weblog" (¿así se escribe?) adornan elocuentemente la portada del mismo. Y aquellas palabras no son más que lo mismo, puesto de muchas maneras diferentes.
Toda búsqueda es siempre un desafío. Siempre es incierta, siempre excitante. Muchas veces andamos buscando, sin saber qué buscamos, pero sabiendo que andamos para encontrar (perdón Julio por el parafraseo con gusto a plagio). Esto es parte de mi búsqueda, es parte de un camino que ansía por ver nacer encrucijadas frente a sus ojos, ver partes de otros caminos que vienen de quién sabe dónde y van a vaya a saber uno qué. Caminos ajenos, que pueden volverse propios. O caminos extraños que nunca pisaré. Qué sino esto es lo que buscamos a tientas por este mundo. Qué sino esto puede llevar a alguien a escribir un mísero verso, o a unir dos acordes en una guitarra, a crear una ópera entera, a dibujar unos trazos coloridos en un lienzo blanco, a juntar un puñado de ilusiones en 35 mm, a levantar un estandarte que invite a caminar detrás de un ideal y a luchar en pos de él. Sueños de comunión, de libertad. Sueños que sueñan los hombres desde el inicio de los tiempos. Qué sino esto puede llevar a un tipo a escribir estas líneas frente a su computadora, un martes a las 3 de la mañana, en cualquier rincón de esta alucinada ciudad perdida al sur del mundo.
Los hombres pequeños también sueñan, los hombres pequeños también soñamos. Sino no se explica que yo esté aquí, tecleando penosamente, con la e, la s y la a hundidas, para que alguien, en cualquier rincón del universo, lea alguna vez estas líneas y suspire, o sueñe, o maldiga con el puño elevado al cielo al imbécil que pudo escribir tamaña insensatez, por no ponerlo en palabras menos sutiles.
Una búsqueda pues, parte de una búsqueda más grande, que la contiene y la rebalsa. Eso es esto. Un intento desesperado de fijar los minutos que pasan, de detener el tiempo al menos un instante, de sentirme inmortal, eterno. Las ganas de conjurar a la soledad, y arrojarla al rincón de la penitencia. Un poco también eso de "fecundar la muerte con una canción", como escribió Dávalos alguna vez, con la guitarra de Falú sonando de fondo. La lucha por creer que hay algo un poco más allá de las 5 de la madrugada, y de mañana, y de pasado mañana. El intento, quizás no tan en vano, de creer que no es tan oscuro, ni tan frío, ni tan solitario el túnel. Ni tan injusta la realidad, ni tan pocos los que la pasan bien, ni tan muchos los que la pasan mal. Los que tienen hambre, los que tienen frío, los que tienen sed, los que tienen pena. Aquellos que no saben, porque no les importa, y está bien que así sea, que la a y la e y la s hundidas requieren la compra de un teclado nuevo. Aquellos que, como canta alguna vez Silvio, no nacieron bien parados, ni saben lo que es brindar, aquellos que no tienen ninguna canción.
Y la vida, la de verdad. No esta, sino la que está ahí afuera. Esa que hace que todo esto tenga algún sentido, que las palabras no suenen sólo a palabras si no las acompaña el pie que pisa la tierra, y la mano que estrecha la mano. Y la batalla, la de cada día, la de todos los días hasta el último de todos. Y el sueño, otra vez el sueño. Ese por el que tantos dieron la vida (y otra vez la vida, tengo que repetir menos las palabras), y por el que tantos la darían de vuelta, con la noche boca arriba y una sonrisa en los labios.
Todo eso es esto. Eso, y quizás muchas otras cosas que ni siquiera se me ocurren ahora. Pero ya es algo, y más a estas horas.
Pasen y vean...
Si se quedan a comer, avisen con tiempo.