lunes, octubre 30, 2006

Algo de Félix

Es mi padre. Tan parecidos y tan distintos. Algunas veces me sorprende. Tanto tiempo. Tantos sueños, tantas frustraciones. Seguramente, hace 30 y tantos habrá tenido sueños, ilusiones, angustias y contradicciones tan parecidas a las mías de hoy. Y sin embargo hoy, tanto abismo.
El tiempo. Dicen que todo lo cura, quizás hasta la locura (los sueños, las ilusiones y todo lo que viene con ella). Pero me resisto a creer que no queda en ellos (los dos), rastros de aquello que alguna vez supieron tener, y que la rutina, los años, los hijos, la vida y todo lo demás fueron apagando. Quizás fueron resignificándose en otras miles de cosas, que no alcanzo a comprender, porque tengo todas las emociones tan a flor de piel, y las esperanzas encauzadas hacia otros rumbos.
En fin. Alguna vez quizás se los pregunte. Pero es bueno de vez en cuando sorprenderse. Como hoy, cuando leí lo que me mandó el viejo.
Me escribió que "Esto lo escribí hace mucho, cuando era más chico que vos. Como lo encontré, te lo paso". Y hasta se debe haber tomado el trabajo de trascribirlo.
Por lo grato de la sorpresa (y todo eso también), lo comparto con... alguien?
Nunca le diré (jamás seré tan canalla) que quizás (sólo quizás) yo lo escribiría mejor. Simplemente porque no se si es así...
Ah viejo, yo también te quiero mucho. Las cosas que decimos a duras penas, y pocas veces...

Las manos (de hace ¿30 y largos? ¿o 40 y cortos?)

¡Justo ahora que me quiero ir para casa! Y a éste se le ocurre que escriba sobre las manos, la puta que......Pero no hay nada que hacer, cuando al dire se le ocurre algo, mejor hacerlo y no discutir. Y no andar protestando o buscar excusas.
Esto decía yo ese día, sentado en mi silla de la redacción. Ya todos se habían ido, con un adiós, un hasta mañana o un simple chau. Y yo me quedé solo. Solo de soledad absoluta. Y teniendo que crear algo lógico para la edición del día siguiente.
La maquinita estaba delante mío con su hoja en blanco colocada, como esperando su turno para ayudarme y participar también ella de mi glorioso texto sobre las manos.
¿Y qué corno iba yo a escribir sobre las manos? Hay tantas cosas interesantes para exprimir el bocho y justo se le antojaba que yo escribiera sobre las manos como si se tratara del tratado universal de la pelota cuadrada.
Los puchos se amontonaban en el cenicero. Las rudimentarias frases y palabras se deslizaban en las hojas, que sin solución de continuidad, desaparecían de la máquina de escribir como presagiando el fracaso de esa noche. No había nada que hacer, las musas no habían venido ese día y un frío sudor me corría por la sien.
Los minutos pasaban...que digo, las horas se iban empujando sin que nada bueno pudiera salir de mi atormentado ser.
Busqué inspiración caminando por la oficina. Miré el techo, y me di cuenta, también, que no le vendría mal un poco de pintura. Las paredes, tampoco me ayudaban. Una rara sensación de vacío me invadió.
Es que, ¿no podría yo escribir algo tan sencillo?. Busqué un cigarrillo en los bolsillos del pantalón y de pronto me acorraló una extraña situación. No encontraba nada en los bolsillos, no sentía nada al tacto. Mejor dicho, no tenía tacto. Es más, no sentía mis manos. Era como si hubieran desaparecido, como si se hubieran desintegrado.
El terror me invadió, y quién sabe cuántas cosas pensé en esos instantes. Cuando un grito de desesperación estaba por salir de mi garganta, me di vuelta y extrañado, sorprendido pude ver a mis manos escribiendo en la vieja máquina de la oficina el tan ansiado texto sobre las manos que me había pedido el director.

No hay comentarios.: